¿Puedes recordar la felicidad que sentías saltando en la
cama? Ese gran acto de rebeldía en contra de las reglas del hogar. ¿Qué riesgo
mayor vale la pena correr?
El día que dejemos de emocionarnos no recordaremos lo que se
siente al salirte del patrón y perder los buenos modales.
Noche de verano, una pareja de ancianos bailan bajo los focos de una terraza de hotel atestada de gente que les sigue los pasos, y la felicidad que supuran, con la mirada. A ese par de caderas, después de 70 años encajando, les diremos
que la edad sí importa para bailar un rock n roll. A ver quién se atreve a
quitarles lo bailao.
Cuando ocurra, habremos olvidado las veces que lloramos de
felicidad y moríamos de la risa.
Las estrellas dejarán de ser fugaces. Si vamos a mirar al
cielo y creer que dar gracias no sirve de nada no necesitaremos la emoción de
los deseos cumplidos.
Tampoco encontraremos un motivo para brindar. ¿Cuándo dejo
de ser suficiente brindar por estar con quien más quieres? Será como
abandonarnos en mar abierto y dejar de buscar el faro que nos guía.
Ese día oiremos muy bien porque ya no nos quedaremos sordos, no habrá gritos por un gol en el último minuto. Iremos ligeros, no llevaremos nada dentro. Ni siquiera la desesperación al buscar las cerillas que necesitas para encender lo que se ha apagado.
Las discusiones serán aburridas y no nos arrepentiremos de
no ser capaz de decir lo que necesitas decir, sobre todo cuando debes decirlo.
Seguiremos creyendo que esto es pasajero. Ya sabes, la gente viene y va…
Y así, con dos puntos de más, esconderemos el final de la
frase, mientras en tu cabeza resuena que la gente viene y va, pero las personas
llegan para quedarse.
El día que dejemos de emocionarnos se me habrá quitado el
miedo a Septiembre, igual que las ganas inmensas que tengo de que llegue. Más
nos vale que éste día tarde en llegar, porque cuando lo haga ya no nos
sorprenderemos a nosotros mismos mirando al futuro. El final del verano es eso,
el comienzo de una nueva etapa.
Vía libre para quien ya se sienta identificado, que dicen
que todo lo malo se pega.
Y yo todavía me sigo
emocionando.
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