Ya no lo dejo todo. Si tú me dices
ven, ya no lo dejo todo… Y no me digas ven.
Que se te olvidó que al marcharte de aquí yo quedé igual que tú, libre
para elegir. Y mientras tu vivías tu vida mundo aparte, yo me encargaba de la mía con
coraje. Y se me nota en la mirada.
No lo dejo todo y no me escapo al Caribe
porque prefiero imaginar(le)+(me) un Sábado de Abril en cualquier playa de
aquí. Tú escapaste de la rutina para
pilotar tu viaje, pero es que para mí la rutina ya no es rutina, los lunes
ya no son tan lunes y me quedo a vivir ahí. Que dicen que un día todo te parece
bonito, y ese día se convierte en una temporada y lo llamas felicidad.
Yo
llamaría azul a los Lunes, y oleaje a los Martes porque él es oleaje suave y a
la vez, oleaje que rompe. Oleaje que te balancea con la corriente, pero oleaje
que no arrastra.
No me voy a Noruega porque me quedo con el frío de sus manos. Ya sabes, manos frías, corazón caliente.
Te fuiste, te has ido y te seguirás yendo
y solo viajarás con una mochila porque no necesitas más, tú mismo me dices que vienes
y vas, que se sabía desde el primer día (y yo no lo supe), que no gastas en
ataduras, sólo en cerveza. Apuesto que rubia, por eso ahora te acuerdas de mi
pelo.
Nunca sabremos qué habría ocurrido. Fuiste
Eres pasado, capítulo cerrado, porque
los capítulos abiertos no dejan paso a un final. (Hay amigas
poetas y no lo saben)
Después de tu inciso para hacer acto de presencia preguntando qué tal me va, te regalo un billete en
primera clase a la isla de mi mente conocida como Olvido, además de un permiso
para que visites el archipiélago de las Lecciones. (Ah, y
cerveza, mucha cerveza) Porque recordar los finales no
nos deja imaginar cómo sería empezar.
Fue correspondido aunque no lo
supimos, aunque no nos lo dijimos. Decirlo es lo único que nos debíamos.
Cuídate.